Veinte de abril del noventa. Hola chata ¿Cómo estás? ¿Te sorprende de que te escriba? Tanto tiempo es normal.
Veinte de abril del noventa, yo tendría unos cuatro años, ella unos ocho. Estaríamos viendo a David el gnomo y el dramatismo de esta canción nos la traería completamente al pairo. Clint Eastwood comenzaba a madurar el violento drama Sin perdón, que hoy se ha convertido ya en la prueba fehaciente de que lleva más de veinte años interpretando papeles de viejo.
No obstante, ayer a las mil de la mañana y conduciendo bajo una niebla espesa me chocó escuchar este tema de los Celtas Cortos. Gracias a Dios fue lo único que chocó en aquel coche. Pero sin ponerme en exceso emotivo, metafísico o melodramático digamos que siempre he pensado que existe una canción para cada momento, sólo digo que es agradable cuando canción y momento finalmente coinciden.
Pues es que estaba aquí solo, me había puesto a recordar me entró la melancolía y te tenía que hablar.
Venía, es cierto, con mil y una cosas en la cabeza, esperando que ninguna más se escondiese entre la niebla ante el coche. El lanzamiento inminente del nuevo blog, los deberes de la asociación, asientos contables, dos buenas ofertas de trabajo y el poco, poquísimo tiempo que me resta para todo esto. El festival Ruido Polar todavía me taladraba los oídos y tenía ganas de llegar a casa, fundir a negro y olvidarme de todo aquello hasta el día siguiente. Pero en estas volví a percibir una sensación recurrente, una sombra familiar, habitual a pesar del tiempo y la distancia. Un regusto amargo al darme cuenta de nuevo de que cuando estoy agobiado, deprimido, nostálgico o melancólico no puedo evitar acordarme de ella.
¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turbo? ¿Las risas que nos hacíamos antes todos juntos?
Seguramente la cabaña del Turbo nunca fuese para tanto, ni tampoco las risas que se hacían. El bajo tampoco era gran cosa, por eso decidimos dejarlo, no obstante ahora ninguno de nosotros puede pensar mucho en aquello sin que se le pongan los ojos vidriosos. Lo mismo en este caso, los últimos meses fueron una condena y un castigo, no obstante tiendo a pasar esas evidencias por alto y a quedarme con el brillo cegador de un ayer mejor. Tanto es así que he decidido por mi propio bien que todos los recuerdos que guardo entre el corazón y la cabeza no son más que reflejos, medias verdades a las que recurro cuando me deprimo pensando en lo feliz que había llegado a ser, aunque tampoco nada de esto fuese para tanto. Aquella misma tarde me habían recordado lo molesto del ruido de su secador de pelo rasgando el silencio de la madrugada, y yo no pude sino limitarme a asentir mientras por dentro pensaba en lo mucho que se molestaba para venir a dormir conmigo, todo lo que teníamos que madrugar después y lo poco que me importaba acompañarla luego a la estación de tren. ¡Que bonito era aquello del amor!
Hoy no queda casi nadie de los de antes y los que hay han cambiado.
Y yo el primero y el último. En transformación constante, evolucionando e involucionando, con la perenne sensación de caminar en círculos y de no dar una a derechas. Disfruto, eso sí, cada vez más del vacío errante, más a gusto conmigo mismo y más centrado a un tiempo. Sabiendo que cuando sepa en que centrarme o con quién, seré feliz.
Ayer noche fue la primera vez en toda mi vida que alguien me presentó cómo escritor, disfruté tanto con aquello que ni siquiera me importó que los implicados en aquella introducción tuviesen, ante aquellas palabras, una reacción calcada a la de una liebre cegada por las luces largas de un coche en una sombría carretera castellana. ¡Que les den! Me llamo Diego Cózar, aunque puede que eso no les diga nada… de momento.
Pero bueno ¿tú que tal? Di. Lo mismo hasta tienes críos ¿Qué tal va con el tío ese? Espero sea divertido.
Estoy seguro de que el autor de la canción recordaba perfectamente el nombre del tío ese, pero de ahí a pronunciarlo hay trecho. Yo no puedo sino disfrutar del hecho de que todo esto ya no me afecté, de haber superado mi obsesión paranoide con el tema y de desearle lo mejor desinteresadamente. Si volvió con su ex cómo siempre pensé terminaría haciendo o si se ha olvidado de mí con una docena de grises fracasados. Ella quería dos niñas y un Pomeranian, yo se lo deseo de todo corazón junto con un boleto de lotería premiado y una casita en Picos. Ya no tengo celos, los gasté todos. Y sé que la hierba siempre luce más verde, verde de celos y envidia, desde nuestro lado de la valla.
Yo la verdad cómo siempre. Sigo currando en lo mismo, la música no me cansa pero me encuentro vacío.
Que no deja de ser parte de estar vivo. Todo esto puede parecer un poco depresivo, se que una de mis mas recientes admiradoras se empeñará en verlo así, pero se equivocará cómo siempre se equivocó conmigo. Las dos primeras estrofas de Las coplas a la muerte de su padre no son sino un Carpe Diem tallado por la pluma de Manrique, una advertencia atada al mejor deseo de vivir intensamente una vida plena al margen de los fantasmas de nuestro pasado. Puede parecer estar mal o ser triste, pero esto no es nada cuando se ha estado mucho peor y cuando sólo con un poco de atención se puede advertir cómo todo empieza a mejorar.
Bueno pues ya me despido. Si te mola me contestas. Espero que mis palabras resuenen en tu conciencia.
O no, tampoco pasa nada. No son las primeras que le dedico a este tema, ni mucho menos. Ahora bien me sorprendería una contestación a estas alturas. Pero me conformo con la consabida lectura, relectura y seguimiento tenaz de las mismas. Total ¿Para qué quieres hablar con alguien cuando puedes leer su blog? Mucho más cómodo y aséptico ¡Dónde irá a parar!
Pues nada chica lo dicho, hasta pronto si nos vemos. Yo sigo con mis canciones, tú sigue con tus sueños.